Un Maestro viajaba con uno de sus discípulos.
El discípulo era el encargado de cuidar del camello.
Ya de noche, cansados, llegaron a un campamento de caravanas. Era tarea del discípulo atar el camello, pero no se preocupó por ello y lo dejó suelto al otro lado de la cerca.
Simplemente hizo un plegaria a Dios: "Cuide del camello", y se durmió.
Por la mañana, el camello había desaparecido, había sido robado o sencillamente había huido.
El Maestro le preguntó: "¿Dónde está el camello?.
Y el discípulo respondió: "¡Yo no lo sé!. Pregúntele a Dios. Yo le dije a Dios que cuidara del camello, me encontraba tan casado que no sé lo que pasó. Y tampoco soy responsable porque ¡se lo dije a Dios bien claro!. Usted Maestro siempre nos dice: "confiad en Dios", ¡y yo confié!".
El Maestro lo miró y repuso: "Confía en Dios, pero ata siempre tu camello antes, porque Dios no tiene otras manos que las tuyas".
Anónimo
Querid@s amig@s con esta hermosa parábola deseo que veáis que siempre se le ha de pedir a Dios aquello que se necesite, pero que no olvidéis poner de vuestra parte para que la petición que hayáis hecho pueda realizarse.
Un@ ha de ser siempre responsable de sus actos y no intentar echar la culpa ni a Dios, ni a otras personas.
Belén Liébana